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Mostrando entradas de octubre, 2018

OCTUBRE

La luna parece levantarse de su siesta. En lo alto maduran las piñas, están de fiesta. Más alto todavía, despuntan los brotes del último árbol sepia. El color se diluye, va cayendo lento en el precipicio de la noche. Antes tengo que regar y bajar las persianas para encerrar tu esencia hasta mañana.

ELLA, esa casa

Baldomero Fernandez Moreno, la denominó “casa mínima”, como resultado de subdivisiones en una época de escasez de viviendas y liberación de esclavos. Él la describe: ...“una fachada lisa, con una puerta a dos hojas en el medio pintada de verde con cerradura y falleba de hierro, el número en alto, como una flor en la solapa. Es de dos plantas, exactamente sobre la puerta hay un balconcito con barrotes verticales de hierro, detrás de la ventana de dos hojas se pueden ver dos cortinillas tejidas al crochet, producto de manos artesanales, a un lado del balcón un gran cacharro con geranios rojos, al otro lado otro cacharro con geranios rojos y en el intermedio cuatro macetitas con flores de multicolores. Y luego la cornisa, un repulgo de argamasa. La casa se prolonga hacia atrás pero, parece sola, con esa habitación, con esa celda”… Yo, agrego, tengo 2,5 metros de ancho y 13 metros de profundidad. Entre la puerta y el balcón, a la derecha, pende un farol. El revoque descascarado

EL PUENTE, LA NADA Y VOS

El hombre bajó del ómnibus, en una de las paradas del recorrido. Llevaba una gastada mochila, dónde parecía escucharse, si el oído era agudo, el tintineo de botellas de vidrio. Se calzó una gorra con visera, para protegerse del sol y comenzó a caminar en dirección al puente. Un puente de cemento, sobre un arroyo seco en esa época del año, con una protección de madera que invitaba ver pasar el agua helada a finales del invierno. -¡Don Eliseo, hay un plato de lentejas esperando, pare la marcha, que el camino es largo hasta Los Zorzales!, escuchó desde el Parador. “ Eliseo”. Sólo a la soñadora de su madre, podría habérsele ocurrido ese nombre. Cuarenta años atrás, ella vio fotos de una avenida muy ancha, iluminada, de la que se decía era un reflejo del cielo, dónde moraban los buenos después de dejar este mundo. Su hijo se llamaría como ese cielo. El padre no se opuso y a los viejos les gustaba cómo sonaba. Mientras despachaba el guisado, recordaba el deletreo de sus maestros,