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Mostrando entradas de noviembre, 2018

LOS CUATRO FANTÁSTICOS

Los cuatro nonagenarios, tomaban sol y compartían recuerdos. A veces reían como niños o se escondían detrás de anteojos negros, cuadrados o rectangulares, de los que distribuía la obra social. Tenían conectados los audífonos y la dentadura cepillada. En el condominio no necesitaban nada. Había quién les realizaba las compras, preparaba las comidas, mantenía limpias las habitaciones, distribuía las pastillas de colores y a la noche, ayudaba con el baño y con el recueste sobre el colchón protegido. Su vida era un jolgorio que tenían que dejar de lado, sólo cuando llegaba el momento de cumplir sus inaplazables deseos. -¿Qué podían desear cuatro viejecitos, tres ayudados por fornido bastón de roble y la cuarta con andador de penúltima generación? El deseo era básico, primitivo y les daba la oportunidad de volver a practicar sus pasos en una corta caminata desde la vivienda, a mitad de cuadra, hasta la esquina de la avenida, dónde las lineas blancas, habilitaban un cruce seguro.

FALTA DE ATENCIÓN

La casa era de ocupación estacional. Estaba cerrada y con alarma de acceso digital: cuatro números para activar y cuatro para desactivar. Osvaldo viajó dos días antes en ómnibus, adelantándose al grupo femenino que llegaría en automóvil. Ve ntilar la casa, enchufar la heladera, cortar el pasto, comprar bebidas eran sus premisas. Entró con los números anotados y salió despavorido ante la bocina del detector de intrusos. Lo intentó otra vez, con igual resultado. Cargó su bolso y tratando de pasar inadvertido fue a dormir a un hotel. Pensó y pensó el porqué de ese castigo sonoro. Habló por teléfono para verificar los números, algún truco que se le hubiera pasado por alto. Le confirmaron la simpleza de la operación. Lo volvió a intentar, pulsando número por número, pero el sonido lo volvió a expulsar de la casa. Después de un día en la playa, apoyado contra la cerca del vecino esperó el arribo de las mujeres. Cayó la noche y todo por hacer. La dueña de la casa, lo miró sorprendida e in

TARDE DE SEMANA

Son las cuatro de la tarde. Terminó la jornada. Ellos salen despreocupados, pero atentos al  descender los escalones hasta la vereda ancha. Atentos a los brazos levantados,  reclamando pertenencia. Fausto se acerca. Sigue el beso correcto y la entrega de equipaje. Escucha su nombre a unos metros. Gira y en un impulso inesperado corre hacia Julia, para  una despedida más. Las sonrisas salen por los poros. Se abrazan, en esa atracción fatal  imposible de controlar a su edad...de tres años.