LOS CUATRO FANTÁSTICOS
Los cuatro nonagenarios, tomaban sol y compartían recuerdos. A veces reían como niños o se escondían detrás de anteojos negros, cuadrados o rectangulares, de los que distribuía la obra social. Tenían conectados los audífonos y la dentadura cepillada. En el condominio no necesitaban nada. Había quién les realizaba las compras, preparaba las comidas, mantenía limpias las habitaciones, distribuía las pastillas de colores y a la noche, ayudaba con el baño y con el recueste sobre el colchón protegido. Su vida era un jolgorio que tenían que dejar de lado, sólo cuando llegaba el momento de cumplir sus inaplazables deseos. -¿Qué podían desear cuatro viejecitos, tres ayudados por fornido bastón de roble y la cuarta con andador de penúltima generación? El deseo era básico, primitivo y les daba la oportunidad de volver a practicar sus pasos en una corta caminata desde la vivienda, a mitad de cuadra, hasta la esquina de la avenida, dónde las lineas blancas, habilitaban un cruce seguro.