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Mostrando entradas de febrero, 2018

SUSURROS

A veces, cuando la noche se ahueca, el viento se encierra en los bosques y el silencio se duerme, se escuchan las gotas saladas que en olas pequeñas besan la arena y emiten sonidos para arrullar gaviotas. Dicen que traen historias del otro lado del mundo, conocen peces y plantas y hombres de otros colores. A mi me contaron sobre como taparon las huellas que han dejado tus pies.

LA PUERTA EQUIVOCADA

El tren arribó en horario, se detuvo en la Estación de Werribee y el maquinista esperó hasta el momento de salida. Entre los pasajeros, que no eran muchos, por acercarse la hora del mediodía, subieron dos mujeres y se ubicaron en los asientos junto a las ventanillas. El vagón estaba limpio y ventilado. Ellas hablaban en español, recordando anécdotas familiares, que se mezclaban cada tanto con risas espontáneas. Ema era la primera vez que realizaba ese viaje y no se perdía detalle del paisaje. Se trasladaban de una ciudad de los suburbios, de casa bajas con jardines, donde estaba alojada, a la gran ciudad, Melbourne, dónde lo que predominaba eran modernas torres espejadas junto a construcciones antiguas pero muy bien mantenidas. Después de salir de la Estación Terminal, caminaron por veredas anchas, a la sombra de árboles orgullosos, atravesaron avenidas y llegaron hasta el rio Yarra, atractivo, para el recreo de la vista y el espíritu. Del otro lado se encontraba

PÁRAMO

En una zona elevada, rodeada a lo lejos por estribaciones de montañas, yace un terreno yermo, con escasa vegetación, barrido por vientos que ululan sus historias. Cada tanto un matorral, agarrado a la superficie, espera unas gotas de niebla, arrastrada por corrientes de aire de terrenos más bajos. Debajo de la escasa sombra de una piedra opaca nació una brizna de verde brillante. El sol calienta la piedra y el frio de la noche condensa la humedad. Dejé que entrara en mí, aquel silencio, silencio de sombras al atardecer, de noches sin luna y otras con luna fría, esperando alguna mañana ver crecer el brote y volver a amar

TAORMINA

La lectura casual de un artículo, reactivó emociones olvidadas. Nunca estuve en ese lugar de la costa este de Sicilia: un conglomerado edificado a través de los siglos que se extiende por el monte Tauro, un balcón al mar enfrente del volcán Etna. Dicen que las construcciones están dispuestas de manera tal, que solo las separa una escalera de piedra o se pasa por espacios abiertos dentro de las casas. Un recorrido solidario hacia la costa, realizado por incontables pobladores en sus diversos oficios, entre ellos la pesca. Mi mente se abrió y dejó salir recuerdos de sueños muy viejos, dónde yo atravesaba habitaciones, patios, escaleras y más habitaciones. Todo era piedra blanca, tejados rojos y troncos retorcidos. Escapaba hacia algo que no podía definir. Ahora lo sé. La palabra escrita me estaba esperando mezclada con la espuma blanca.

LA LEYENDA DEL DRAGON

Relato para niños curiosos Apenas clareaba el día, cuando ya se escuchaban los pasos rápidos de la abuela que se movía de acá para allá. Juntó trozos de madera del linde del bosque, que fueron a alimentar las ascuas depositadas en el fondo del horno de barro. Colocó con cuidado sobre un soporte de hierro una masa espesa que pronto comenzó a dorarse. Llenó dos tazones de barro cocido con leche de oveja, los dejó sobre la mesa de madera y se giró hacia la parte en penumbras de la choza, dónde apenas se vislumbraban dos camastros, que no eran otra cosa que parvas de heno recubierto por pieles de oveja. -Vamos Krakus, arriba, tu desayuno te está esperando, las ovejas están impacientes y el perro no para de ladrar y correr para que no se dispersen. -Buen día abuela, estuve soñando con yelmos recubiertos de oro, collares de piedras amarillas y otras con mucho brillo. Además fuego, mucho fuego. -Vos y tu imaginación; Janusz te contó lo que vio en la gran ciudad y ya lo estas soñ

EFÍMERO

Estoy en una botella de vidrio grues o, oscuro , verme genera suspiros. La etiqueta es blanca con un recuadro dorado dónde figura mi nombre. Tengo cuatro años de reposo en bodega de roble, a una temperatura de sosiego. Retiran el corcho, acercan las copas de cristal. Suena el teléfono, alguién se sobresalta y de un codazo me tira sobre la mesa. No puedo impedir derramarme sobre el mantel. Sólo escucho ¡Noooo! Pero ya no existo como un todo, soy miles de gotas moradas.

TRABAJO ARTESANAL

La falta de proyectos, de estímulos, el “nada cambia pero comemos”, la dependencia con el padre, los cantos de sirenas sobre América, la existencia de dos hermanos y otros familiares en Buenos Aires; todo lo llevó a llenar dos baúles con un par de sábanas, platos, tazas, cubiertos, dos manteles bordados a mano, una botella de vidrio labrada con tapón esmerilado hexagonal, ropa de los cuatro y despedirse rápido para no escuchar el llanto y los reproches de los que se quedaban . El viaje en barco, en los camarotes del tercer subsuelo, con aire viciado y poco espacio, para las mujeres emigrantes con sus hijos, fue una pesadilla para la esposa, que se prometió no repetir nunca otro viaje así. Los hombres se hacinaban más arriba, pero subían a cubierta, cambiando el aire de sus pulmones, sintiéndose héroes, en camino hacia una prosperidad imaginada. Los principios fueron duros, pero no estaban solos. Contaban con una pieza, baño y cocina compartidos en una construcción en Parqu

EL RECUERDO MÁS ANTIGUO

Tengo una foto en blanco y negro, en la que se me ve paseando, tomada por la mano de mi padre, por la cubierta de un barco de transporte de pasajeros y carga, el Winchester Castle. Su derrotero era South Hampton (Inglaterra) a Dársena Norte del Puerto de Buenos Aires. El nombre se remite al Castillo fundado en Hampshire en 1607. Durante más de 100 años fue sede de los reyes normandos. Hoy día sólo el Gran Comedor, construido en pedernal, sigue en pie y alberga un Museo de Historia de la época. Son datos que pude encontrar en Internet y allí seguirán, pero del mar, del inmenso mar, que a veces acunaba y otras sacudía, de mis paseos por las tablas mojadas, mirando la figura protectora que me tenía a salvo de tanto líquido verdoso, no tengo recuerdos. El recuerdo más antiguo, quedó grabado en una casa de inquilinato en el barrio de Villa Lugano, dónde vivíamos cuatro familias, compartiendo cocinas y baños, entre ellas la de mis padres y una de amigos que tenían un hijo varón, diez