La falta de proyectos, de estímulos, el “nada cambia pero comemos”, la dependencia con el padre, los cantos de sirenas sobre América, la existencia de dos hermanos y otros familiares en Buenos Aires; todo lo llevó a llenar dos baúles con un par de sábanas, platos, tazas, cubiertos, dos manteles bordados a mano, una botella de vidrio labrada con tapón esmerilado hexagonal, ropa de los cuatro y despedirse rápido para no escuchar el llanto y los reproches de los que se quedaban . El viaje en barco, en los camarotes del tercer subsuelo, con aire viciado y poco espacio, para las mujeres emigrantes con sus hijos, fue una pesadilla para la esposa, que se prometió no repetir nunca otro viaje así. Los hombres se hacinaban más arriba, pero subían a cubierta, cambiando el aire de sus pulmones, sintiéndose héroes, en camino hacia una prosperidad imaginada. Los principios fueron duros, pero no estaban solos. Contaban con una pieza, baño y cocina compartidos en una construcción en Parqu