LA CASA
Soy alta y tengo ojos rectangulares en el frente, en el largo lateral y en el fondo. No tengo párpados. Cuando la primera luz aparece, allá, bajito en el horizonte, empieza a dar forma a todo el mobiliario que permaneció invisible en las horas negras. Hace muchos años vive el hombre solo. Dicen que conoce el mundo porque maneja esos pájaros metálicos que van de acá para allá, encima de los techos para después perderse en sus rutas entre las nubes. Llega, deja el uniforme en una percha, pone a calentar la vianda que le tocó en el último viaje y conecta su viejo equipo dónde escucha a Vivaldi o Mozart en discos de pasta. Los pájaros de los árboles vecinos se concentran en el pasto siempre cortado, tratando de aprender notas nuevas. A veces lo acompañan mujeres bellas, una por vez, siempre distintas. Entonces la música cambia: suena Roberto Carlos, María Creuza, Julio Sosa o mi amada Edith Piaf, según los gustos de la compañera, que también ríe en otra cascada de sonidos. Un dí