LA LEYENDA DEL DRAGON
Relato
para niños curiosos
Apenas
clareaba el día, cuando ya se escuchaban los pasos rápidos de la
abuela que se movía de acá para allá. Juntó trozos de madera del
linde del bosque, que fueron a alimentar las ascuas depositadas en el
fondo del horno de barro. Colocó con cuidado sobre un soporte de
hierro una masa espesa que pronto comenzó a dorarse. Llenó dos
tazones de barro cocido con leche de oveja, los dejó sobre la mesa
de madera y se giró hacia la parte en penumbras de la choza, dónde
apenas se vislumbraban dos camastros, que no eran otra cosa que
parvas de heno recubierto por pieles de oveja.
-Vamos
Krakus, arriba, tu desayuno te está esperando, las ovejas están
impacientes y el perro no para de ladrar y correr para que no se
dispersen.
-Buen
día abuela, estuve soñando con yelmos recubiertos de oro, collares
de piedras amarillas y otras con mucho brillo. Además fuego, mucho
fuego.
-Vos
y tu imaginación; Janusz te contó lo que vio en la gran ciudad y ya
lo estas soñando. Vivimos lejos y tenemos que conformarnos con lo
que tenemos que no es poco. En tu camino de regreso juntame algunas
castañas.
Krakus
dio cuenta de una buena rebanada de pan, tomó la leche y se llevó
un pedazo de queso para pasar el día. Con ayuda del perro se
llevaron las ovejas a las pasturas de las colinas del otro lado del
rio Vistula, por un vado en el que el agua apenas lamía las piedras.
Pasaron
los años y Krakus se transformó en un joven fuerte, curtido por el
aire y el sol, de naturaleza pacífica, que conocía todos los
secretos de su entorno. Algunas noches permanecía extasiado
escuchando las historias de Janusz, sobre lo que veía en sus largos
viajes. Llegó un momento en que quiso ver las maravillas con sus
propios ojos. Acordó con él que lo acompañaría a la gran ciudad,
a pesar de las protestas de la abuela.
Caminaron
varios días, atravesando campos y arroyos. Una muralla protegía a
los habitantes de los peligros del exterior. Janusz lo dejó en casa
de un amigo zapatero, para que aprendiera el oficio. Una noche
escuchó un relato que lo dejó consternado.
“Varios
años atrás un pequeño dragón, abandonó su territorio en los
lejanos montes Tatra y se instaló en una cueva a orillas del
familiar rio Vistula. Los campesinos lo alimentaron con trozos de
oveja asada, era su mascota, pero el dragón comenzó a crecer y su
demanda de carne fue aumentando. Salía de sus dominios y robaba
animales enteros, se olvidó de los hombres y los empezó a incluir
en su menú. El rey que gobernaba en ese momento ofreció riquezas a
quién lo matara. Muchos caballeros se acercaron a la cueva, pero
antes de que pudieran sacar un arma, morían incinerados. El dragón
los devoraba y sus brillantes armaduras se amontonaban en el
interior. La peor noticia era que el maligno se acercaba a las
puertas de la Ciudad, al quedar diezmados y deshabitados los campos
de los alrededores”.
El
rey, desesperado, agregó a su ofrecimiento inicial la mano de su
hija Wanda y al campeón la corona como próximo rey.
Krakus
sabía que un enfrentamiento directo era la muerte segura, pero
crecía en él la determinación de acabar con la amenaza. Una tarde
sentado a la sombra de un roble una idea se instaló en su cabeza.
Comenzó a darle vueltas hasta que tomó una forma que lo convenció.
Se
dirigió al castillo para anotarse en la lista, ahora casi desierta,
de los aspirantes a enfrentarse al dragón. Se rieron de él, lo
descalificaron por la vestimenta, cómo alguien de su clase social se
permitía presentarse. Nada lo desanimó, pidió hablar con el rey.
En su presencia le dijo que tenía un plan para matar al dragón pero
necesitaba su aprobación. El rey lo miró con curiosidad, le dio
lástima pero su actitud desafiante lo hizo titubear y le dio su
consentimiento.
Regresó
a su choza, abrazó a su abuela y le relató en pocas palabras lo que
estaba pasando y su plan, en el que ella era una pieza importante.
La
abuela se negó rotundamente, comenzó a llorar, lo necesitaba, qué
se arreglaran los poderosos, él no era nadie para solucionarles el
problema y morir.
Krakus
se fue a dormir y a la mañana siguiente volvió con dos corderos
degollados, listos para ser adobados. La abuela no dijo una palabra,
juntó hierbas y picantes, vació de vísceras a los corderos y los
cocinó. Después entre los dos llenaron el lugar ocupado por el
estómago con azufre y carbón vegetal y cosieron para que nada se
perdiera. Pidieron prestada una carreta y se transportaron a la
ciudad. La abuela se quedó con el zapatero, Krakus se cargó en
sendas bolsas la ofrenda y se dirigió hacia el río.
Tuvo
suerte, el dragón estaba dormido dentro de su cueva. Dejó su letal
carga a la entrada y se alejó hasta un bosquecito cercano.
Descansado y con apetito, a la mañana siguiente, el saurio salió de
la cueva y cuando vio la comida la engulló de un bocado. Muy pronto
comenzó a sentir un ardor en el estómago, un fuego de adentro hacia
a fuera, se precipitó al río y comenzó a beber sin límites,
finalmente lleno de gases y vapores y terriblemente hinchado explotó.
Krakus
se casó con Wanda, fue un buen rey, su ciudad pasó a llamarse
Krakowia y fue capital por muchos años de Polonia.
PD:
Mi padre de 94 años que ya casi no habla y escucha poco, rescató un
recuerdo del fondo de su mente, cuando yo le pregunté si se acordaba
algo de esta leyenda. Me dijo solamente que la cueva donde se
alojaba el dragón estaba al pie de un montecito al que llamaban
“Babia Gura” traducido “Monte de la Abuela”
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