El Niño
Toda la
semana se arremolinaron nubes blancas: llegaban de a dos, de a tres,
con formas fantasiosas y se iban fundiendo en una gran masa compacta
que tapaba el sol y daba respiro a una tierra reseca que clamaba por
agua. Después, el viento las dispersaba y desaparecían, quedando
sólo el azul celeste, rota la promesa del alivio esperado. Sin
embargo, aunque escondidas, quizás sobre el mar, se compactaban y
volvían más densas.
Al quinto
día comenzó la actividad eléctrica, las capas estaban saturadas y
se disparaban relámpagos que las atravesaban, iluminando una imagen
del infierno. Cada tanto un rayo caía sobre la tierra cuarteada,
chamuscando la hierba rala, o quemando ramas al azar.
En poco
tiempo, el cielo fue una masa gris, al principio revuelta y con
diferentes matices, y después cerrada, del color del plomo y pesada
como éste. La masa no aguantaría más su contenido, unos goterones
fueron cayendo, avisando a los desprevenidos que buscaran refugio;
después siguió un granizo y se desataron los vientos.
Las
ventanas abiertas comenzaron a cerrarse.
Nilda
levantó a su hijo y entró. Le preparó la leche, que todavía
tomaba en mamadera y untó unas rodajas de pan con dulce de
frutillas. Las pocas casas edificadas cerca del arroyo, formaban una
isla segura, mientras no hubiera desbordes.
En la
ciudad, se lavaron los techos, las veredas, algunas calles se
volvieron ríos. A la noche la lluvia pasó a llovizna, dando un
respiro.
Ramón se
movía en bote. De la casa a la Fábrica de quesos, construida en una
zona baja.
Por la
mañana volvió a llover con intensidad y el cielo no presagiaba
cambios. Pasaron así dos días. Dejaron de circular los
automóviles, se suspendieron las clases. Comenzó el trabajo de
defensa civil, requisando los botes que se usaban en las jornadas de
pesca. Todo el Litoral se declaró en emergencia hídrica.
Muchas
familias, en el interior, abandonaron sus casas.
-Nilda, Ramón, se escuchó desde la lancha
que recorría el arroyo Nogoyá, salgan, hay crecida. Los llevamos
con el bebé hasta el refugio Municipal.
-Gracias Fermín, contestó Nilda, que
conocía al vecino rescatista y sabía que Ramón no abandonaría el
lugar.
-Hace una semana hicimos la compra mensual.
La casa está levantada, tenemos las bolsas de arena. Diosito no va
a dejar que nos suceda una desgracia, sigan nomas.
Cerró la puerta, recorrió el comedor y
fue a levantar a su hijo de un año y medio, que estaba jugando con
los deditos de los pies, gorjeando en su idioma, monosílabos
repetidos. Le limpió la boca y le cambió el pañal.
¡Era tan hermoso! Por él vivía en ese
lugar olvidado del mundo Tenía su cabello oscuro, sus labios finos,
aunque los ojos...los ojos eran del otro.
Nilda nació en Las Marías. Tenía una
hermana cinco años mayor. Cuando terminaba la escuela primaria, el
padre viajó a Buenos Aires con la promesa de un trabajo y no volvió
más. Quedaron las tres mujeres solas y hacía falta un sueldo más.
Nilda se empleó en la Fábrica de quesos. Trabajó hasta los 22
años, en largas jornadas que comenzaban muy temprano. Un día le
propusieron otra cosa. Entró a trabajar en La Ferretería de Las
Marías. Cambió el uniforme blanco y el pañuelo en la cabeza por un
par de vestidos coloridos. El trabajo silencioso en serie, por las
breves conversaciones con los clientes. Empezó a crecer su
autoestima.
Coincidió con el tiempo en que su hermana
fijó fecha para el casamiento. Bailó hasta cansarse en la fiesta
esperada, con familiares, vecinos, la mayoría mucho mayores que
ella, pero no le importaba, empezaba a ser visible.
Ramón, la conocía de la Fábrica. Esta
vez se animó a sacarla a bailar. No hablaron, apenas un roce cuando
se cortaban los chamamés y se reemplazaban por lentos brasileros.
Cuando se repartieron las cintas de la torta, le tocó el anillo. La
aplaudieron, sería la próxima en casarse, y tendría hijos.
¡Cuánto añoraba tenerlos!
En la Ferretería, conoció a Manuel,
después a Esteban, a Lucas. Apuestos, conversadores, con chispa.
Ella se enamoró de todos, pero nadie le hizo una propuesta seria.
Salían a tomar cerveza, a bailar y cuando le proponían coger, todo
se transformaba en humo, ante la negativa de ella. La madre y la
hermana la habían asfixiado con sus sermones. No podía.
Ramón era diferente, comenzó a rondarla,
la invitaba a bailar en las instalaciones del Club, le pagaba un
refresco, pero seguía siendo serio, sin sonrisas ni pizca de
poesía, que consideraba acciones de los tontos y si no se decidía a
proponerle matrimonio, era porque su madre no la quería. Su hijo,
con estudios secundarios completos, se merecía otra mujer, no esa
tilinga.
Pasaron tres años. Nilda abrazaba a sus
sobrinos y sus deseos de ser madre, eran una hoguera dentro de ella.
Ramón quería asentarse, formar una familia.
Los diques desbordaron, lo visible se hizo
invisible y la unión se realizó. Fueron a vivir a doscientos metros
del arroyo Nogoyá, a una casa que Ramón fue construyendo en sus
fines de semana, sobre terrenos que había cedido la Municipalidad
para aumentar la urbanización.
Los vecinos, subieron la cota, sobre la que
edificaron. Había sauces, paraísos y ceibos, a la vera del torrente
inquieto que lustraba todas las piedras..
Todas las noches iban a buscar al “hijo”,
casi a la misma hora, como una ceremonia con comienzo y final, a
veces perfumada por los paraísos en flor, sin caricias previas, a
veces un beso, la luz apagada. Los meses pasaban pero Nilda no
quedaba embarazada.
-En Concordia hay un Instituto, dónde te
podes hacer chequeos más completos, le dijo, una mañana, Ramón. Yo
te llevo, tengo entregas, desde allí hasta Colón.
Pasaron unas semanas y cuando estuvieron
los resultados, los dos se sentaron, detrás del escritorio del
Especialista, para escuchar las recomendaciones.
Todo estaba bien con Nilda, determinaron
los días más fértiles, había que seguir intentando.
Ramón comenzó a realizar viajes más
largos y Nilda, cada vez más triste en esa casa vacía, consiguió
el permiso para trabajar medio día en una Panadería. Una tarde pasó
por la casa de su hermana. Sus sobrinos la llamaban para mostrarles
sus juegos, sus libros de colores. Estaba desesperada. ¿Y si el
infértil era Ramón? La pequeña llama, que todavía alimentaba, en
la relación con Ramón, se iba debilitando. Si no había hijos,
estaba decidida a una separación. Nunca hubo pasión, sólo
acostumbramiento a esas prácticas en que su marido, le parecía que
gozaba. Su hermana la calmó, y le hizo prometer que no realizaría
locuras. Los hijos vendrían cuando Dios lo decidiese. Había que
esperar.
En la Panadería, conoció a Lorenzo, unos
años menor que ella, que había conseguido trabajo en el Vivero
Municipal. ÉL le contó que había venido a investigar una plaga de
los limoneros y según sus expectativas, tardaría unos meses en
sacar resultados. Le preguntó por un alojamiento económico, una
habitación en casa de familia. Nilda le dio la dirección dónde
vivía su madre y su hermana. Quedaba el cuarto de ella y una entrada
les vendría bien.
A Lorenzo le vendía pan todos los días.
Le recomendó un zapatero, la Ferretería dónde había trabajado. Lo
esperaba para charlar un poco, le preguntaba sobre el Vivero, qué
convenía plantar. Varias tardes, se acercó para comprar plantas,
escuchando lo que mejor les convenía: luz o media sombra, poca o
mucha agua. Él le tenía paciencia, tenía una sonrisa fácil. Ella
estaba encantada, empezaba a enamorarse.
Mientras preparaba la cena, instalaba a
Lorenzo en su mente y cuando se acostaba con Ramón, empezó a sentir
distinto, a jadear, a sentir explosiones y después una relajación
igual que su marido.
Ramón se dio cuenta del cambio, le
preguntó si estaba tomando algo que la hacía comportarse como una
puta. La prefería sumisa como antes.
Transcurrió otro tiempo lleno de pesares.
Nilda lo pensó y lo pensó y la idea implantada en su mente fue
perdiendo su tono prohibido y se volvió mansa como el agua de la
poza, debajo de las piedras grandes.
Así fue, que le comentó a su marido,
quedarse en casa de sus familiares, durante su próxima ausencia.
-Sólo una noche. Mamá no está bien,
quiero hacerle compañía, mintió.
El dia era uno de los fértiles.
Cuando llegó Lorenzo a comprar el pan,
ella se invitó a tomar unos mates, con el pretexto de asesoramiento
sobre enredaderas, llevaría medialunas. El hombre aceptó con ganas.
Trabajó unas horas más y al atardecer se
dirigió a su casa natal. Tenía la llave de su habitación y lo
esperó.
Fue una noche impecable, lo que había
imaginado en sus sueños.
A los dos meses, ya tenía el resultado
positivo. Lo celebraron con Ramón. Él dejó de poseerla, para no
dañar al bebé. Ella dejó el trabajo para disfrutar de su estado.
Él construyó una cuna de mimbre y traía
ropita de Concordia. Ella hablaba con sus plantas nuevas y le cantaba
a su hijo. Cuando se produjo el nacimiento, Lorenzo ya no estaba en
la ciudad.
La vida volvió a sus carriles. Pasaron
unos meses.
-Me gustaría darle un hermano, comentó
Ramón, mientras cenaban. Volvieron a estar juntos pero Nilda no
quedaba embarazada.
Esa mañana lo notó raro. Estaría
preocupado por el crecimiento del arroyo o por haber tomado la
decisión de quedarse. Conocía el desastre. Preparó más bolsas de
arena, mientras ella amasaba el pan para entrarlo en el horno
caliente.
No besó a su hijo, apenas lo miró
mientras jugaba con unas piedras blancas. Volvió a llover. Ella
estaba intranquila, él la evitaba. Fue a casa del vecino, para
llenar más bolsas con arena. El agua estaba cerca. Se quedó toda la
tarde tomando mate y hablando de sus viajes. A la noche sólo tomó
vino
-¿Te sentís mal? le preguntó Nilda. Te
preparo un te de boldo. Dejó de llover, si pasamos esta noche, todo
va a ir mejorando.
-Esta noche vamos a tener crecida y todo se
va a ir al diablo, se rió nervioso. Tomás ya está durmiendo, vamos
a acostarnos. Mañana tengo que hablar con vos.
Nilda se despertó con el ruido del agua
golpeando contra la arena. Lo sacudió a Ramón.
-Fijate si Tomás está bien. Si hay agua
traelo con nosotros.
Ramón salió y volvió diciendo:
-Está todo bien, volvé a dormirte. Voy a
vigilar.
El agua empezó a entrar silenciosamente.
En la habitación de Tomás había 20 cm, cuando entró Ramón. Con
una patada volcó la cuna. El pequeño quedó boca abajo y empezó a
manotear para incorporarse. Apoyó un pie sin mucha presión sobre la
espalda del infante hasta que dejó de moverse. Después tomó la
escoba y el secador y se puso a sacar el agua del comedor.
Nilda se levantó al rato. Tenía que
ayudar. Estaba preocupada por Tomás. Cuando entró al cuarto, quedó
inmóvil, los ojos muy abiertos. No podía creer lo que veía.
Levantó a su hijo, pero ya no había nada que hacer, colgaba inerte
de sus brazos. Salió afuera gritando: Ayuda, ayuda. Salieron los
vecinos. Uno tenía un bote. Ramón subió también. Parecía estar
en estado de shock, la cara escondida entre sus brazos. Nilda
insuflaba aire en esa boquita que cada vez estaba más rígida.
En la Sala de Espera, Ramón le susurró:
-Ayer me dieron los resultados de mi
estudio de fertilidad. Ya no hay más ataduras, hacé lo que quieras
con tu vida.
Nilda lo miró con horror y perdió el
conocimiento.
En el Hospital se encargaron de todo. Ella
quedó internada y a la semana volvió a casa de su madre. Pidió
recuperar su habitación.
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