Sobre árboles
LOS
DOS
Los
plantó el abuelo y nos hizo probar sus frutos. Cuando los volví a
ver, después de varios años, estaban sumergidos debajo de cientos
de hojas, su ropaje del último verano. Sus troncos eran firmes, pero
las ramas más gruesas soportaban muchas más, finas, con diversas
orientaciones, algunas entrecruzadas, otras estiradas, apuntando al
cielo en busca de luz. No hubo flores ni frutos, no alcanzó el
alimento de la tierra, todo se lo llevaba la celulosa en su afán de
reproducirse. El frio del invierno durmió la savia, sobresalía una
enramada seca.
Llegó
el especialista con tijeras afiladas, instaló una escalera. Caían
las ramas parásitas sin vida.
“Que
la poda ayude a que cada árbol dé frutos”, se pidió y se cortó
con ese fin. Ahora los dos se ven elegantes, estilizados. Todavía
están dormidos, inconscientes de imaginar que se vestirán de flores
blancas.
MOMENTOS
Se
siente una leve euforia, después la presencia, los ojos se
humedecen, la euforia continua. Algún día llegaran las palabras,
pocas, restringidas por canales especiales. Las mentes aprenderán a
sintonizar.
Mientras
tanto, el ómnibus rodea la plaza y yo observo a través del vidrio.
Una plaza con un extremo redondeado. Una vereda que sigue la
consigna y en la tierra que la acompaña crecen dos gomeros inmensos.
No es el tamaño de ramas y hojas que me impresiona, sino la cantidad
de raíces que se entrecruzan, que se muestran al ras del suelo. Son
como las manos de un amigo que fabricaba mosaicos: grandes y con
gruesas venas recubriéndolas. Años en contacto con cemento, arena,
cal, granito: ásperas, curtidas. Lo que recuerdo es que en el
barrio, los pisos tenían su sonrisa.
MUNDO FELIZ
Todos
los días, camino por veredas custodiadas por árboles civilizados,
plantados en una misma línea, dejando caer su sombra pareja, con
espacio para estirar sus ramas y sin angustias de morir bajo los
dientes de una sierra.
-Mundo
feliz, pienso, y me hago una pregunta ¿A quién se le ocurre,
despuntar bajo un colchón de celulosa sepia, porque allá en lo alto
una rama se quebró, dejando pasar la luz del sol?. Competir con
otras especies para crecer, gracias a ese hueco luminoso. Tomar
forma, ganar hojas, ser confiable para la construcción de nidos, y
un día, lleno de brotes, escuchar el ruido de los tractores y las
motosierras. Temblar, intuyendo el páramo: cientos de troncos
apilados con la savia seca, oscura, transformados más tarde en
tablas y aún más tarde, moldeados por artistas, pero ya sin vida.
Sin
embargo, si la realidad es otra, si sólo están abriendo un camino
en el llano, lejos, lejos, no se puede comparar: el agitar las hojas
del salvaje, para componer música con el viento, con absorber el
hollín y las estridencias de una ciudad inconformista, de los que
están en el perímetro de una plaza.
SEMILLAS
Estoy
acostumbrada a ver los frutos que deja caer el eucalipto, actuando
como una madre desprendida, convidando a sus hijos, y a los amigos de
los amigos de sus hijos. Cuando llega el momento, hay miles de
conitos, con ese perfume característico, medicinal, que queda entre
los dedos al apretarlos. ¿Quién no lo hizo, desde niño?. Estos
frutos que caen sobre la tierra, se abren con el calor del sol y las
semillas se entierran después de un buen aguacero.
Hoy
descubrí, si, hoy, después de un montón de años, dirán que soy
una colgada, de que viví en barrios sin árboles o árboles de
barrio, descubrí los frutos que tira el arce: pelotitas verdes
cubiertas de puas para desalentar a los pájaros u otros animales.
Son pocas, perfectas. Van pasando del verde al marrón y allí se
abren, como algunas personas que se encierran, se protegen, y cuando
llegamos a su interior nos sorprenden.
CONÍFERAS
En
diferentes zonas costeras de la provincia de Buenos Aires, dónde el
rio de La Plata, se separa del mar y éste baña las playas de arena,
es común que continúen los médanos, que van cambiando de forma
según los peinen los vientos.
Para
fijar estos médanos y evitar el arrastre de la arena hacia campos
vecinos, se han realizado plantaciones de pinos, especie exótica, no
nativa, que se ha desarrollado muy bien, formando bosques, que con su
fronda cumplen este cometido. Hay más especies que se han adaptado:
árboles, arbustos y floraciones que viven en la arena con una mínima
capa de sustrato orgánico.
Hay
un pino de tronco recto, ancho, del que parten ramas no muy gruesas,
que se distribuyen alrededor, formando una estructura piramidal. Hoy
descubrí otra especie, de la que busqué el nombre: pino bungeana,
plantado en todo el perímetro de una plaza, cercana a mi casa, en el
que el tronco principal, permite que crezcan ramas, que se
transforman también en troncos a muy baja altura, es decir, se
forman horquetas. Los niños se trepan fácilmente, porque es un
espacio que consideran seguro.
Los
pinos pierden sus hojas, finas, amarronadas y se forma un colchón
natural, que no deja germinar otras especies. Lo que me llamó la
atención hoy, es que todos los huecos de las horquetas, estaban
colonizados, gracias al viento, por pinocha. Parecían pequeños
pesebres para que descansaran las almas de su trajín diario.
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