Sobre mar y playa
ALMEJAS
En mi
trayecto a la playa, los departamentos a la calle, abren sus puertas
y muestran a la familia desayunando: abuelos, padres e hijos
alrededor del mate y las facturas. Las ventanas están cerradas para
preservar cierta intimidad, de clase media que ha realizado el
esfuerzo.
El mar se
ve gris porque refleja el color del cielo. Las horas previas a la
lluvia son cálidas, acunadas por una leve brisa. Invitan a caminar.
Hay
revuelo de gaviotas, quiere decir que hay almejas en la orilla.
La
actividad de éstos bivalvos es intensa. Toman el agua de mar y la
filtran gracias a un sifón, quedándose con el alimento, proveniente
del fitoplancton, después la expulsan y con ese efecto jet, se
entierran, ayudando además, con su lengua, el avance hacia lo
profundo. En la superficie se ve el chorrito expulsado.
Cientos
de chorritos a mis pies y las olas tapando y destapando.
UN
LUJO
Según
algunas definiciones “un lujo” es aquello que escasea o de lo que
se carece y anhela.
Pueden
ser comidas artesanales, vinos con mucha personalidad, paisajes en
las cuatro estaciones, tomar un taxi, cantar con el artista del
momento, tener un cuadro de un pintor famoso, escuchar un recital en
las Termas de Caracalla.
En fin,
miles de situaciones, que imaginamos, nos producirán placer en
cualquiera de los sentidos.
Siete de
la tarde, apenas una brisa, camino sobre una superficie líquida
tornasolada, alimentada por olas exhaustas. La voy descubriendo paso
a paso. Es el reflejo de un horizonte magenta, rosa y celeste, que se
va diluyendo bajo la mirada de una luna, en perfecto cuarto, que
espera el azul oscuro para poder resaltar entre el brillo que avanza.
Un lujo.
UN
REGALO PARA NICASIA
A media
mañana, el mar se había retirado, dejando una ancha franja de arena
al descubierto, para que se desgajara con el sol. Observando el
lugar, mis pies se encontraron muchas veces esquivando unos insectos
negros, a veces muertos, ahogados por la marea que se iba alejando y
otras desplazándose rápidamente con un propósito determinado.
Había
llegado el momento de la salida a la superficie de la colonia de
escarabajos, después de dos años de vida bajo la arena, y su
propósito no era comer sino copular, enterrar los huevos y morir al
cabo de tres o cuatro días.
Recuerdo
que el año pasado, para ésta misma fecha, fines de febrero, la
invasión en Mar de Ajo y playas aledañas fue muy grande. En algunas
zonas era difícil, por no decir asqueroso, caminar sobre esa masa
negra movediza.
Un
familiar le envió a su hija, una foto de granos de café muy juntos,
diciéndole que la invasión había llegado hasta las mesas de la
cafetería. La joven se creyó el cuento, horrorizada y nosotros nos
reímos un rato.
Siguiendo
con mi caminata, descubrí en la zona húmeda, y no es la primera
vez, cerca de un centenar de valvas vacías de almejas. Me contaron
que hay personas que exprimen jugo de limón sobre el molusco y se lo
comen sin más preámbulo. Fue una “picada” o un desayuno
tempranero de un grupo no muy afecto a la ecología.
La vista
de los restos de estos bivalvos, desvió mi mente, que tomó un atajo
hacia las playas sobre el Pacífico de la costa mexicana o de
cualquier otro lugar, dónde en tiempos remotos se amontonaran
algunas chozas, existieran rocas, ostras y pescadores para sacarlas.
Las
ostras se adhieren a superficies duras, después de un tiempo de
flotar como pequeñas medusas. Segregan nácar para ir construyendo
su habitáculo y toman agua de mar, expulsando lo que no es alimento.
Si un grano de arena queda retenido en su interior, es un cuerpo
extraño y lo recubren de nácar para que no los moleste. Lo
recubren, una, dos, cientos de veces, durante años y se va formando
una perla.
Son pocas
las ostras que contienen ese regalo. El pescador toma aire, baja
varios metros, las arranca y deposita en una red.
A la hora
de comer, se junta la familia, las van abriendo, las condimentan con
hierbas aromáticas, aguacate y otros tubérculos de la zona. No me
pidan más, porque no soy experta en gastronomía antigua. Sólo
quiero olvidarme de escarabajos y almejas.
El que
las trajo, descubre una hermosa perla rosa, entre sus ostras. No
puede evitar una sonrisa. Podría venderla, pero se la queda. En una
semana se junta con Nicasia. Le queda tiempo para perforar la joya,
atravesarla con un hilo vegetal y colgarla del cuello de la elegida.
Esta
noche, sopa crema de zapallo para mi.
LAS
DOS CARAS
Calor,
brisa, playa con poca ocupación. Muchos en los supermercados, en las
casas de comidas, en las casas de regalos. Es víspera de Navidad.
El mar se
ha retirado, va y vuelve en capas de centímetros, devuelve almejas y
berberechos, que prontos se entierran nuevamente para sobrevivir. Las
gaviotas saben que están al ras, parecen ahítas y como es tan manso
el oleaje, se posan sobre el agua y se dejan llevar. No se inmutan
cuando la mujer, flota cerca de ellas, cuando unos niños se tiran y
se levantan, gritan, gesticulan.
Calor,
brisa, campo arrasado, cercado por alambres de púas, con algunos
carteles de prohibición de pasar, que se desteñirán con el paso de
los años y caerán como herrumbre diminuta sobre el terreno muerto.
A cielo
abierto hay cientos de ataúdes de plomo. Si pudiéramos espiar en
uno, encontraríamos fragmentos ígneos, de los restos contaminados.
La ciudad
fue evacuada, quedó vacía, pero el daño estaba hecho.
El padre
fue bombero, sin grandes conocimientos de lo que había ocurrido,
después de la explosión nuclear. Llevaba un árbol con muchas luces
en su interior, que fue trasmitiendo a su familia sólo con su
proximidad, con sus abrazos.
Fueron
muriendo a partir de mayo. El padre, los hijos. La mujer murió un 24
de diciembre, sin entender porque estaba tan cansada.
FIN
DE TEMPORADA
Muchas
viviendas, ya tienen puertas y ventanas cerradas, como los huertos y
jardines, dónde la floración terminó. Quedan las estructuras con
cara al viento, al sol, a la lluvia, preguntándose cuándo volverá
el bullicio, las luces, las risas, así como los tallos recubiertos
de hojas, empezarán a perderlas, en su mayoría y esperarán,
esperarán en un sueño largo, sentir nuevamente la savia apurada que
recorrerá las estructuras sepia y permitirá nuevos retoños. El mar
seguirá con su rutina, olvidado por muchos, devolviendo sólo, miles
de formas calcáreas y dejando al descubierto en sus retiros, bancos
de almejas, que las gaviotas perezosas, degustarán sin competencia
extraña.
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