Arreglos

26 de octubre de 2016

No tenía ganas de levantarse, estaba oscuro y se escuchaban las gotas rebotar contra las hojas. El viento zarandeaba los tilos, haciendo que las ramas bailaran una danza caótica. Esos sonidos de una naturaleza alterada, se filtraban por donde se lo permitía el hueco de la ventana. El día avanzaba, morían las excusas. ¿Qué tal un café?
Clara levantó la persiana. Ya no se usan las persianas, pero esta casa las tiene, con una serie de ranuras entre listón y listón, por las que se puede atisbar: ¿soleado o nublado?.
Pudo ver la llovizna a través del vidrio limpio. La arena de la calle, se había tomado toda el agua y el exceso estaba formando charcos, que ahondaban los automóviles en su paso. Los pronósticos climáticos,ahora se cumplían casi siempre.
Clara estaba preparada, tenía las provisiones para el almuerzo, el libro en su octavo capítulo. No era día para lavar ropa ni dedicarse al jardín, tampoco para caminar hasta la playa, pero había que realizar una actividad productiva, por lo menos durante la mañana, para alejar fantasmas que le recordaban que no se podía parar, que la vida seguía exigiendo un tributo.
Ella tenía claro que podía hacer o no hacer. Esa mañana quería hacer.
Tenía prendas separadas para arreglar: un dobladillo, varias costuras descosidas. Hacía años que no tomaba una aguja.
La oficina, la casa, los hijos, los nietos, los amigos, los cursos, la cocina, los libros, todos abrazándola y ella entregando su tiempo.

Hoy iba a coser, mientras le prestaba atención a Roberto Novoa, que en la 92.5, de la emisora de Mar de Ajo, analizaba las noticias, fundamentando sus críticas, en forma llana, comprensible. Lo veía también con aguja e hilo tratando de zurcir la mentada grieta.

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