La otra
LA
OTRA
Miré
la hora en el extremo inferior derecho de la pantalla: 18:27.
-Finalizó
mi jornada laboral, pensé. No quedaban facturas pendientes. Cerré
el programa comercial y apagué la computadora. Salí al exterior,
la tarde comenzaba su retiro, respiré el aire fresco, me sentía
bien. Caminé hasta la Estación Perú. Bajé las escaleras que me
llevaban a la plataforma de acceso al subterráneo. Subí a la
formación, muchos éramos los que volvíamos a casa. En la cuarta
parada un grupo considerable descendió y pude acercarme a la zona de
los asientos, recorrí con la vista los rostros extraños y quedé
sorprendida y contenta a la vez.
-¿Victoria,
qué haces acá? le pregunté a una joven sentada, que miraba
distraída por la ventanilla.
La
joven se volvió y me miró extrañada: “Disculpe señora, pero no
la conozco, debe confundirme con otra persona” me dijo.
-
Si, es que… si, debo estar confundida, le contesté. La observé de
reojo, la ropa que vestía no me era familiar, el cabello lo llevaba
más corto, pero lo demás… La mente me mostró una imagen que
deseché enseguida.
Cuando
vi que se dispuso a descender, en la Estación Rio de Janeiro, un
impulso inesperado se apoderó de mí, la seguí; otra vez la
escalera mecánica descompuesta, escaleras de cemento: ni me di
cuenta. En un momento dado un grupo de muchachos irrumpió en
dirección contraria voceando consignas del club de sus amores y
otras necedades, quedé inmovilizada hasta que bajó la tromba. Apuré
el paso para no perderla entre el gentío que se volcaba a la calle,
pero fue inútil, no quedaba rastro de ella. Me sentí como un chico
al que le quitan un juguete.
Una
vez en casa, no quise tocar el tema, dirían que estaba alucinando.
Mi hija vivía cerca, tenía que verla.
-Abuela,
me recibió mi nieta, hoy aprendí las… las vo ca les. La besé y
abracé, pero seguía en mi mundo.
-Hola
Victoria, ¿Todo bien hoy, hace mucho que llegaste, volviste en auto
con tu compañera de trabajo? le pregunté.
–Si
mamá, todo bien, igual que siempre, me contestó ella. Hablamos de
trivialidades y volví a casa. Esa noche me dormí a la madrugada. Me
asaltaban imágenes, conversaciones lejanas, sentimientos que
desconocía: estaba eufórica y a la vez aterrada. Tenía que
descartar o confirmar.
Al
día siguiente dejé la oficina 15 minutos antes, bajé en la misma
estación y esperé en la boca de salida a nivel de la vereda.
Llevaba anteojos oscuros con los que me imaginaba ser invisible. Al
rato la divisé, mi corazón empezó a latir con ritmo acelerado. La
seguí hasta un edificio de departamentos muy alto, de unos 10 pisos;
el portero estaba en la vereda conversando con un vecino.
-Estoy
de suerte, pensé y acercándome a él le dije: “Buenas tardes,
necesito localizar a la madre de la joven que recién entró, soy una
amiga de la secundaria y quiero darle una sorpresa”.
Me
miró de arriba abajo, mi figura vestida con cierta elegancia, mi
edad, mi seguridad y su innata disposición para los chismes obró a
mi favor, no se privó de darme información de más.
-La
madre de Sofía suele regresar alrededor de las 20 hs. Sofía no vive
aquí, pero como el padre está en un Congreso… agregó. Las
mujeres siempre tienen cosas de que hablar.
-Yo
hace varios años que no veo a la madre, ¿porqué no me la describe
un poco?, voy a esperarla, proseguí ¿Sigue usando el pelo corto?
añadí para reforzar mi historia.
Entré
a una confitería, situada a unos metros del edificio en cuestión.
Pedí un café doble, faltaba casi una hora para las 20, saqué la
agenda y anoté la dirección y sin querer el nombre: Sofía.
Comenzaron a caer por mis mejillas lágrimas tibias, y así en ese
estado dejé que pasaran por mi mente los recuerdos de 30 años
atrás, de la madrugada dónde comencé mi trabajo de parto. Estaba
aturdida, me habían suministrado una medicación para paliar los
dolores. Escuché: “Señora tiene una hermosa hija”, me emocioné
porque hasta el momento no sabía el sexo. “Pero viene otro en
camino, un esfuerzo más”. El comentario me dejó en shock, en
ningún momento durante el embarazo se habló de esa posibilidad, la
ecografía no existía. Lo único que recuerdo fue mi preocupación
porque no tenía preparado un segundo nombre, fuera otra nena o
varón; y fue otra nena.
Al
rato volvió el médico y me dijo que había parido gemelas, pero la
segunda no sobrevivió. Todo era un caos en mi cabeza, como no la
esperaba, no reclamé verla. Me dediqué con toda mi energía a la
beba viva.
El
encuentro con Sofía me devolvió a ese pasado que borré
parcialmente. Pagué la cuenta y salí. El aire fresco me despejó y
secó mis lágrimas.
De
un taxi bajó una mujer, la alcancé antes de que subiera hasta su
departamento.
-Señora
¿Ud. es la madre de Sofía? Por favor necesito hablar de ella. Es
muy importante.
Me
miró sorprendida. Me di cuenta de que no iba a conseguir nada si no
actuaba rápido. Saqué una foto reciente de Victoria y se la mostré.
-Es
mi hija, ¿Qué pasa con ella? preguntó de mal modo.
-No,
es mí hija, y de éso quiero que hablemos, le contesté.
-No
entiendo nada, no sé quién es usted, déjeme en paz, dio media
vuelta y se dispuso a abordar el ascensor.
-Sofia
es adoptada, ¿no es cierto? le grité con desesperación.
La
mujer se paró en seco, volvió a enfrentarme y me señaló un par de
sillones acomodados en la recepción.
-Mi
marido es obstétra. La madre de Sofía murió y no hubo familiares
que la reclamasen. Me la trajo, haciendo una obra de bien. La
criamos, pagamos sus estudios, la amamos como a la hija que no
podríamos tener. Esa es mi historia, ¿cuál es la suya?, terminó,
alterada.
Yo
le conté mis recuerdos y el encuentro reciente. Ella había
palidecido, abría y cerraba los puños.
-No
puede ser, no pudo ser tan canalla para contentarme así.
-Hagamos
un ADN, consígame un cabello, me apresuré a decir, notando su
inseguridad.
-No,
le creo, los hechos concuerdan con mis recuerdos. pero Sofía no se
puede enterar. La imágen de mi marido, quedaría destruida. El tiene
mucho trabajo, quedaríamos en la calle.
-¿Y
yo? Sabiendo que es mi hija, no la puedo abrazar, integrar a mi
familia. Tiene un padre y una hermana biológica. ¿Qué hago con mi
angustia, con mi deseo de que lo sepa?
-Deme
un tiempo, una semana. Lo voy a hablar con mi marido. Vamos a
encontrar una salida.
Viajaron
a España, pusieron en venta el departamento. No los vi por 10 años.
. Me acostumbré. En casa no sabían nada. Un abogado me dijo que era
difícil probarlo, sin la presencia física de los involucrados. Ni
siquiera conocía el apellido del médico. Cuando busqué los
registros en el Hospital, figuraba una partera y un médico de
guardia, presentes en el parto. A pesar de eso, la denuncia estaba
asentada.
Una
mañana, me encontré en las noticias del diario digital, la
participación de la muerte de un reconocido obstetra. Sus últimos
años había trabajado en España.
Comencé
a transpirar, tomé un caramelo, mientras iba a servirme un café.
Sabía que era él. Daban una dirección de velatorio. Sólo
trabajaba dos veces por semana en esa época y esa mañana estaba en
casa. Me vestí con mi traje azul, medias, tacones y un pequeño
pañuelo de estridente rosa, que no dejé muy a la vista, pero
simbolizaba mi hija perdida. Ubiqué al abogado y le pasé la
dirección.
Las
personas entraban y salían del salón. Me acerqué para conocer al
canalla. Las mujeres que me importaban no estaban. En un grupo
pregunté por Sofía. Alguien comentó que todavía no había
llegado. Respiré con alivio. No estaba equivocada.
Me
puse a hojear una revista. El abogado estaba cerca. Al anochecer
llegaron las dos juntas. Sólo tuve ojos para Sofía, estaba delgada
y triste, pero sus gestos eran los de Victoria. Nos cruzamos las
miradas un instante y fue para siempre.
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