Los retoños
04 de noviembre de 2016
La casa
iba juntando calidez. Con la llegada de un mueble nuevo, para guardar
el televisor, sí, para guardarlo, porque hasta que no llegara la
familia con la necesidad de ver algún evento deportivo o dibujos
animados, permanecería dormido, Clara se entretuvo en ubicar los
libros, amontonados en las últimas cajas, en el resto de los
estantes.
¡Qué
trabajo tan relajante! Releer los títulos, los autores y
acomodarlos por temas.
Los
autores foráneos, fueron los primeros: Charles Dickens, A.J. Cronin,
Yukio Mishina, Philip Roth, Almudena Grandes, Gioconda Belli, Alice
Munro y unos cuantos más.
De los
argentinos: Roberto Fontanarrosa, Eduardo Sacheri, Ariel Bermani,
Alberto Chaile y también unos cuantos más. Una amiga le había
dejado las obras de Agatha Christie: un montón.¡Qué manera de
escribir y que imaginación la de ésta mujer!
Clara
tuvo que cocinar los garbanzos, que puso en remojo con el frío, y
como el tiempo cambió, se comieron en ensalada.
Uno de
sus hijos, el que le gusta pescar, vendría con la familia la semana
siguiente. Es un hombre, que lo que trae del mar, lo limpia y lo deja
listo para cocinar. También limpia la pileta. Clara sonrió con el
recuerdo. Dicen que es una buena temporada de almejas y por eso hay
mucha pesca, desde el muelle y desde la orilla.
La casa
tiene dos tilos, plantados en el frente. Crecieron de retoños, de
otra vereda en Haedo, Buenos Aires. Se hicieron adultos: los vecinos
se disputan su sombra en el verano y también largaron “hijitos”,
varios de los cuales se sacaron con raíz y se los llevó un amigo
que soñaba con tener un bosque de tilos. Prendieron todos y deben
estar crecidos. Espero, pensó Clara, le haya ayudado a su mujer a
juntar las hojas, porque a principios del invierno no queda una, y un
bosque es un bosque, aunque esté en el fondo de la casa.
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