El mutante
EL
MUTANTE
Tiago
leyó el resumen de su investigación, con la nueva técnica en
Genética Vegetal: “Ahora todas las camelias que florezcan de las
plantas tratadas, van a tener sus pétalos perfectamente separados y
recubiertos con una finísima película que va a evitar la muerte de
los tejidos por humedad excesiva. Las flores van a durar dos meses”.
Se adjuntaban hologramas.
-El
invierno va a tener color. El próximo paso es agregarle perfume, y
plantarlas delante de todas las ventanas de la casa, concluyó,
abandonando el recinto informático, una habitación inteligente, con
iluminación y temperatura controladas.
Inmerso
en sus pensamientos caminó hacia la oficina administrativa,
esperaba encontrarse con alguien de carne y hueso, para entregarle el
informe.
Dejaría
el lugar por dos semanas: así había sido el arreglo.
Entró.
Sólo había un hombre, no muy alto, frente a la ventana. Antes de
que pudiera decir una palabra, escuchó en su mente: “Deja tu
trabajo virtual sobre el escritorio. Te doy una semana afuera, la
segunda quiero que te aclimates en el nuevo departamento del predio,
puede acompañarte la mujer con la que vives, pero necesito tu mente
lógica para desarrollar un proyecto a gran escala, esto que hiciste
es un juego de niños, puedes dar mucho más. No hables con nadie de
esta conversación. Vuelve a tus costumbres primitivas, disfruta de
la naturaleza que tanto amas”.
Tiago,
todavía sorprendido, dio media vuelta y salió. Los árboles
parecían saludarlo cuando pisó la cinta transportadora que lo llevó
hasta el edificio de entrada, recogió su abrigo y se cambió el
calzado. Comenzaba a anochecer. Subió a otra cinta que lo acercó a
la estación del helipuerto urbano. Se cruzó con muchas personas.
Anónimas, ausentes. Con destinos en diferentes plataformas. La
mayoría en barrios satélites, dónde torres altísimas con
ascensores de metal y vidrio los tragaban. Después eran depositados
en la puerta de modernos cubículos con una gran pantalla
tridimensional, un cómodo sofá y frascos con pastillas de
diferentes gustos para alimentarse. Lo sabía, porque una hermana
suya vivía así, fascinada por el no hacer.
El
transporte aéreo lo dejó en la última plataforma, a su alrededor
sólo había casas bajas, como recuerdos del pasado y el gran
cinturón verde que rodeaba toda la ciudad con pequeños lagos
artificiales. La cinta transportadora lo conduciría hasta el
estacionamiento. A mitad de camino divisó a Sara que venía en
dirección contraria. Saltaron los dos al césped sintético, se
abrazaron y corrieron el trecho que los separaba del auto. Estaban
conectados.
Mientras
cenaban, una mezcla de vegetales frescos, apenas hervidos, con
proteínas seleccionadas, Sara comentó:
-¡Qué
extraño el personaje que te vino a ofrecer trabajo! ¿Averiguaste
algo más sobre él?
-No,
en realidad es un desconocido para mí, no recuerdo su voz, sus
palabras entran directamente a mi mente. Sabés que me seleccionaron
entre miles y cuando entré a los Laboratorios de Genética Vegetal,
me sugirió procedimientos. Aprobó nuestras vacaciones, pero las
recortó. Quiere tenerme cerca para un nuevo proyecto. Estoy
fascinado.
-Me
alegro por tu carrera, dijo Sara. En el Distrito de las Ciencias,
seguro que encuentro cursos, sobre el mejoramiento de los nutrientes
de las granadas. Tendremos las mejores.
-Dejemos
las frutas, habrá tiempo para todo. Ahora, mi cuerpo te extraña y
está entrando en sintonía con el tuyo. Se besaron y se amaron a la
antigua usanza, descargando hormonas y sintiendo las descargas
atávicas.
La
semana transcurrió plena de actividades.
La
última noche Tiago dijo:
-Sara,
mañana temprano volvemos al Distrito, te va a sorprender la burbuja
robótica, somos muy pocos los humanos.
Cuando
llegaron, la puerta del nuevo departamento se abrió al sonido de la
contraseña. Las persianas se corrieron. Una enorme pantalla se
encendió inundando el recinto con imágenes. Tiago salió al balcón
del dormitorio, dejando entrar el sol. De repente sintió una
necesidad de ir al Area de Procesos. Iría con Sara, le mostraría el
Laboratorio. Por el camino se encontró con uno de los directores
administrativos.
-Apuesto
a que vas a ver al mutante milenario, me lo crucé recién, te
aprecia mucho, dijo.
-¿A
quién se refiere? preguntó Tiago extrañado.
-Lo
llamamos así porque no se le conoce edad, puede leer las mentes y
dejar sus órdenes, pero sólo en las muy evolucionadas. Es un homo
sensorius avanzado. Aquí lo protege el zar de la electrónica, lo
conocen muy pocos.
Entraron
a un confortable recinto. Contra la ventana estaba el mismo hombre
que había recibido el informe, se dio vuelta lentamente y los miró.
Sus ojos eran dos líneas finas. Ésta vez habló:
-Los
estaba esperando. Hay diez personas convocadas y me urge comenzar lo
antes posible. Mi proyecto, Tiago, es encontrar la forma de medir la
frecuencia de las emociones de los hombres, y construir un banco de
datos. Podrán elegirse, así como lo hicieron ustedes. Bajarán los
índices de suicidio, la depresión, mejorará la creatividad.
Se
volvió dándoles la espalda. En ese momento, un estremecimiento
recorrió su cuerpo.
-Me
está volviendo a pasar, se dijo el mutante. Me invade un placer que
ya no recordaba. Sara, vibro en tu misma frecuencia. Por fin una
compañera para los próximos cincuenta años. Volvió a girarse y
agregó con voz muy suave:
-Voy
a almorzar con ella. Necesito realizar algunas mediciones. Tiago,
vuelve mañana.
Impulsado
por una órden en su cabeza, Tiago se sintió obligado a irse y
comprendió lo peor. Cuando entró al departamento, se encendió la
pantalla y todo se llenó de imágenes y música. No lo toleraba.
Gritó: “Apagar” y la habitación se volvió silenciosa.
Se
sentó en el piso, contra la pared. Escondió la cabeza entre sus
brazos. No entendía nada, sólo que a Sara no la volvería a ver.
¿Había un camino de retorno? No, todo había terminado, tendría
que buscar trabajo en otro Distrito.
Sólo
pensar en volver y la cabeza le estallaba con un dolor insufrible.
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