CORCHEAS Y FUSAS
¿Cómo
podría pasar al papel, lo que me pasa, cuando alguna conjunción de
sonidos me sacude, me llena el cuerpo de serpentinas?
Podría
decir lo mismo cuando leo, de un grande entre los grandes, frases
como éstas:
“Para
que tu me oigas, mis palabras se adelgazan a veces, como las huellas
de las gaviotas en las playas”.
“Tu
recuerdo es de luz, de humo, de estanque en calma”.
“No
conozco la sierra sin nieve. No comprendo el invierno en abril. No me
explico la vida sin ti”.
Bellísimas.
Bajando a la tierra, es el aquí y ahora. El hipotálamo genera
endorfinas. Se crean momentos efímeros de bienestar.
Tengo
una historia en que la música, ciertos sonidos ancestrales,
provocaron un bienestar permanente.
El
lugar: Mongolia al sur, en las estribaciones del desierto de Gobi, el
más extenso del planeta. La vida de pequeñas colonias nómades, en
tiendas desmontables, rodeadas de arena, rebaños de ovejas, cabras y
camellos. Por dentro, alfombras, tapices, hornos alimentados con las
ramas secas de algunos arbustos adaptados al lugar. Lana de los
animales, trenzada y preparada para trabajar las necesidades.
Llega
la época del nacimiento de los camélidos. Una hembra sufre un parto
difícil. Da vueltas durante dos días y finalmente, la cría saca
sus patas delanteras, antes de la cabeza. El hombre la ayuda, girando
el cuerpo en su interior, hasta que finalmente lo expulsa todo. Queda
resentida y no reconoce a este vástago. Se niega a darle de mamar,
apretando las patas traseras, para que no pueda acceder al pezón. El
animalito se debilita. Le sacan la leche a la madre y se la dan a
través de un cuenco, pero el líquido se escurre y lo aprovecha muy
poco.
Para
no perder esta vida, se deciden hacer efectiva una receta, trasmitida
a través de generaciones. Van a buscar a un lugar más habitado a un
profesor de música que enseña y toca un instrumento, parecido al
violín: una caja de madera, un arco que le saca sonidos a una
cuerda, sonidos que le hacen escuchar a la hembra, junto con caricias
sobre su espeso pelaje y un mantra cantado por la dueña del rebaño.
El animal se relaja, los que están cerca dicen que derrama lágrimas.
Finalmente baja la cabeza y lame el cuerpo desprotegido, separa sus
patas y deja mamar a su retoño.
Se
nota el contento de estos humanos, de toda la familia, que vuelven a
la tienda y festejan, sentados en el piso, tomando leche en tazones.
Mientras
tanto, nosotros, otros humanos, nos emocionamos con Grieg, Barbosa,
Gieco, Troilo, Adele y miles a nuestra elección.
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