EL VESTIDO
Salí del
taller de confección, junto con otros cien. Me entregaron en una
tienda llena de luces, en una galería comercial importante. Tuve la
suerte de vestir un maniquí, de niña de 11 años. Las mujeres con
hijas, tocaban la tela, miraban el diseño: corte recto, cuello
redondo, cierre en la espalda y un pequeño volado en la parte
inferior, que indicaba que puedo volar, color azul con pinceladas de
bosque
verde.
Me mostré orgulloso durante dos días hasta que noté esa mirada de
“Me lo llevo”. Unas manos me sacaron y me llevaron al mostrador.
Me envolvieron para regalo y me depositaron en una valija, tratando
que no me arrugue. Crucé el mar y esperé. Estuve sobre un estante,
dentro
del envoltorio y
fui el regalo de una niña de 11 años, que rompió con ganas, el
papel brilloso. No la sentí entusiasmada, pero no me amilané,
porque los niños esperan juegos de ingenio, rompecabezas, animalitos
de granja, sandalias doradas. Me guardaron en un placard, al lado de
otros vestidos. Todos los días salía alguno a pasear. A mí todavía
no me eligió.
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