POR UN PEDAZO DE PAN

El perro se levantó inquieto, corrió hasta la cerca de alambre, reconoció a su dueña y volvió. Se tiró sobre la tierra oscura, debajo del tilo, apoyó el hocico entre las patas y quedó a la espera.
Camila se acercó al umbral de la puerta, separó con las manos las tiras de plástico que la cubrían y salió. Estaba escapando la tarde, perseguida por nubes moradas, dejando el azul intenso. Tenía hambre.
Distinguió a lo lejos la figura de su madre que regresaba a la casa. Movía los brazos como si estuviera discutiendo con el demonio o quizás espantando insectos, una bolsa colgaba de su hombro.
La niña regresó a la sala dormitorio que constituía la vivienda y se acercó a la mesa dónde su hermana menor, con sus seis años por cumplir, pintaba palotes intercambiando los restos de tres crayones y le dijo:
-Ya viene mamá.
-Tengo hamble, contestó Mirta, la pequeña.
La madre entró y puso la bolsa sobre la mesa; sacó una botella de cerveza, con el extremo de un tenedor hizo saltar la tapa y llenó un vaso.
-Mamá, quielo la leche, susurró Mirta.
-Lo que tengo es cerveza, tomá y le acercó el vaso.
-Es amalga, no quielo.
-En un rato viene Toni, le pedí que trajera algo para comer.
¿Y vos que mirás? le preguntó a Camila, la mayor y agregó:
-Hoy no hubo trabajo, pero a vos te va a ir mucho mejor, no me vas a defraudar, sos bonita, ya veremos cuando crezcas. Andá a lo de Emilia, volvimos juntas en el tren, ella siempre tiene comida en la alacena.
-Voy, voy, ya vuelvo, contestó Camila, apurada por traer alimento para su hermana.
- Mamá, te hice un dibujo, dijo la pequeña y le ofreció la hoja dónde había estado garabateando.
-Te podes guardar la hoja en el culo, pendeja deforme, encorvada como tu abuela. Hoy no tengo paciencia, volvé con tu pato Arturo, que te está llamando.
La tensión se disipó un poco al entrar Toni.
-Buenas y santas, dijo. Traje un poco de pan y salame. Ésta bolsa de bizcochos de grasa es para después. Ahora, negra, terminemos esa cerveza.
-Quielo pan, se escuchó desde la penumbra.
-Si decís bien tu nombre, te doy un pedazo, se burló Toni.
-Mi Mi Mirr ta y la niña se acercó arrastrándose hasta la mesa.
-Tiene que ser de corrido, así no vale.
-¿Qué haces acá? la fulminó con la mirada la madre. No hay pan para vos, idiota, esperá a tu hermana, volvé a tu lugar.
- Me excita verte tan furiosa, vamos a la cama, susurró Toni.
Mirta extendió los bracitos, pero recibió dos bofetadas que le hicieron perder el equilibrio y cayó al piso. Intentó pararse, pero quedó de rodillas, se agarró a la pierna de la madre.
-No, dije que no, gritó ésta. Tomó la botella de cerveza y fuera de sí, la estrelló contra el cuerpo indefenso.
La niña se desplomó. La pareja devoró los sándwiches, sin prestarle atención.
Cuando Camila regresó estaba oscuro, sólo escuchó ayes y gemidos que provenían de la cama de su madre, separada del ambiente de la sala por un trozo de tela. Se quedó inmóvil, buscando en la penumbra algún indicio de su hermana.
-Mirta, llamó en voz baja, mientras iba recorriendo con la mirada el lugar. A unos pasos de la mesa divisó un bulto. Se acercó y en el piso, como dormida, estaba ella, la cabeza estaba en un charco de sangre que apenas se distinguía, y había vidrios desparramados a su alrededor.
-Mirta, despertate, te traje pan con dulce de leche. Le tomó la mano que no opuso resistencia. Sentía que algo estaba mal, muy mal, pero no sabía qué. Le dio un beso en la mejilla y se quedó mirándola como hipnotizada. Un grito de placer la sacó de su inmovilidad. Se levantó.
-Acá te dejo el pan. Vuelvo cuando se haya ido Toni, le dijo a su hermana.
Corrió y corrió hasta llegar a casa de Emilia.
-¿Porqué volviste tan pronto? Seguro que era poco. Ahora le llevás esta pata de pollo con las papas que quedaron de mi almuerzo, dijo Emilia.
- No quiero volver. Mirta estaba dormida, muy dormida y muy quieta.
-Está bien, te quedás conmigo hasta mañana, no llores, la consoló Emilia.
Toni comenzó a vestirse y encendió la luz.
-Parece que se te fue la mano negra, levantate. ¡Vamos, levantate ya! gritó al ver el cuerpo inerte en el piso. Se agachó y constató que no respiraba. ¡Mierda!, se nos fue la que daba problemas y ahora el problema es nuestro, suspiró con rabia.
La madre dormía profundamente y Toni la tuvo que sacudir y cachetear varias veces. Cuando abrió los ojos no sabía que pasaba ni porqué tanto grito. Era de noche, tiempo de dormir. Se levantó a regañadientes y cuando se enfrentó a la realidad sólo dijo:
-Alcanzame la sábana de su cama. Ayudame a envolverla, ya está. Barré esos vidrios y tirá un poco de agua, voy a buscar el carrito. La llevamos al basural y aquí no pasó nada.
Camila estaba pegada a la ventana del comedor que daban a la calle, mientras Emilia servía en los platos, sopa de verduras con trozos de pollo.
-¡No, no!, se llevan a Mirta, Emilia no los dejes, gritó.
-¡Qué tonterías estás diciendo!, es Toni con tu mamá. Sí, los veo, pero van a descargar basura, lo hacen cada tanto. Tu hermana debe seguir dormida. Te prometo una cosa, mañana temprano, le voy a pedir a tu mamá, que me dejé a Mirta por el fin de semana para que se reponga con nosotras, ¿Qué te parece? Ahora vamos a comer.
A Camila le brillaron los ojos. ¿De verdad la vas a traer?



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