RETRATO

Entró al salón, de la Cooperativa de Electricidad, con aire inseguro. Preguntó en Informes por su trámite y se ubicó en la fila correspondiente. No dejaba de llamar la atención.
Su pelo era negro natural, no se veían canas, ni diferencias de color, pero estaba apelmazado, recogido con horquillas a la nuca, quizás del día anterior, ya que varios mechones se habían liberado.
La piel del rostro era mate y arrugada en las mejillas. Llevaba los labios pintados, por coquetería o para protegerse del viento. También, largos pendientes de plata. Sus ojos eran oscuros y se movían todo el tiempo, junto con su cabeza, unida a un cuerpo estático, sin gracia.
Vestía una remera azul, con un dibujo geométrico en blanco, que marcaba sus pechos caídos y su abdómen abovedado, a la vez que tapaba el cinturón de una amplia pollera plisada con guardas y flores, que le disimulaba las caderas y seguramente los anchos muslos, llegando casi a tocar el piso. Por debajo se veían los pies, calzados con ojotas negras, a pesar de la baja temperatura.
Sobre la remera, tenía puesto un saco de lana, también azul, desabrochado, de cuyas mangas surgían manos nudosas, apergaminadas, con dedos que acomodaban un bolso grande, de plástico, de colores vistosos. Las uñas brillaban de rojo.
Cuando la fila avanzó, ondeó la pollera plisada, dejando ver en uno de los pies, el cuarto dedo montado sobre los contiguos.

La mujer se movió, indiferente a su singularidad y a su condición de gitana.

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