EL VIAJERO DEL ESPACIO

                                                                           “Gracias Héctor G. Oesterheld por tu breve* Exilio* que fue la matriz sobre la que se reescribió este cuento.”


El suelo se aproximaba como un clavo a un imán, no había fuerza que impidiera la inminente colisión. Tomé mis medidas de seguridad y esperé. La pequeña cápsula se estrelló, la computadora marcaba: suelo de lava fundida con alto contenido de hierro, atmósfera de metano, nombre de la luna: Gelo, poca actividad industrial, habitantes amistosos según el último censo intergaláctico.
Durante un tiempo de nuestras vidas nos debíamos al desarrollo de culturas primitivas. No queríamos que pasaran por guerras, por hambrunas, por enfermedades. Teníamos mucha tecnología y nos sobraba amor por la humanidad. En este viaje, una lluvia de meteoritos cambió la trayectoria de la nave, después diferentes gravedades tironearon de ella, se acabó el combustible, me vi obligado a abandonarla, así como a mis compañeros y caí en este pequeño mundo de metal y cielos rojizos.
Salí tropezando con todo, estaba muy alterado, el oxígeno me alcanzaría para tres días, contaba con algunas pastillas de comida y el traje térmico. Me senté sobre la superficie lustrosa, no tenía ninguna posibilidad de sobrevivir. La comunidad era muy pequeña, no tenían Centros de asistencia para náufragos del Espacio.
Empezaron a acercarse seres extraños, pequeños, redondeados, como huevos con dos fisuras muy finas en la parte superior, que asocié a ojos. Las fisuras chispeaban emitiendo colores y un sonido tintineante, que me llegaban como una interminable risa. Todos reían, parecían felices de tener un huésped. Me acercaron unos bollos que parecían de brea, chorreaban algo negro, pegajoso. No los acepté, ni tampoco unas finas varillas enroscadas. Ellos engullían esto y se reían, no paraban de reírse.
Llegaron más de otros lugares, no podía distinguir uno de otro, me observaban, siempre a cierta distancia.
Después empezaron a alejarse, la luz menguó bastante, el silencio fue total, el brillo de miles de estrellas inundó el espacio. Me sumí en un letargo por un tiempo que no alcancé a medir.
Volvieron con otras ofrendas, pero nada me servía. Quedaban seis horas de oxígeno. Los recuerdos del pasado hicieron asomar lágrimas, muchas lágrimas. Noté la sorpresa de ellos al descubrirlas y su alegría al ver el raro fenómeno. No dejaban de reír.

Volví la mirada al firmamento y despacio, muy despacio, caí en la inconsciencia y volé hacia mi estrella.

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