LAS GOTAS DE AGUA
Mediodía tórrido. Treinta
y seis grados
a la sombra, cielo despejado.
Evalué la situación: sólo
seis cuadras para recorrer a pie,
por
una avenida bordeada de árboles añosos, buscando,
pegada a las paredes de los edificios, la estrecha franja de sombra
que me liberara de la carga directa de los infrarrojos inclementes.
Tuve que
esquivar cuerpos que venían de frente y me colgué de alguno de mis
proyectos del día. Le dí libertad a mis piernas para que cubrieran
el trayecto. En eso sentí chocar contra mi cabeza una gota grande,
voluminosa de agua fría, que se desintegró en cientos de gotas
microscópicas al atravesar mis cabellos.
Enseguida le construí una historia:
durante la noche anterior, miles de moléculas de agua en estado de
vapor flotaban delante del edificio,
chocando con las enormes del humo de los cigarrillos y
de los gases de combustión de los ómnibus, y con las pequeñas de
oxígeno liberadas por las hojas y el resto del contenido del aire. A
la madrugada una mujer, apagó el equipo de aire acondicionado y
abrió una ventana. Se produjo el
intercambio, la danza continuó pero
ahora se codeaban con las esencias liberadas de un frasco de
fragancias, con los olores de los cuerpos que se amaron y ahora
dormían. Al mediodía, la ventana
se cerró y se reanudó el ciclo.
El aire con su banda de amigos
entraba en el circuito y volvía cada vez más frÍo a la habitación.
En un momento, el vapor de agua pasó
al
estado líquido, encapsulado
en gotas que las redirigían a un
caño plástico y en el apuro, unas pocas, erraron el camino y ahora
forman parte de mi.
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