TODA LA MEMORIA

Epílogo sobre las memorias de mi padre, en su libro “La pasión del águila” completamente de su autoría. Heredé el amor a las letras tan tarde como él.



OMNIS RERUM MEMORIAE o TODA LA MEMORIA

Cuando añado leña a la chimenea de los inviernos, para que las llamas eleven alto y claro su resplandor, me imagino en el pasado, aserrando troncos de aquellos pinos y abetos que vigilaron mi pasar de perseguido en Siberia y Checoslovaquia.
Todas las alboradas, no signadas ya por la estridencia de la guerra, me ven alistar la bandeja del desayuno, mientras el día se estira perezosamente detrás de la ventana del dormitorio, tal como ocurriera en Kassel hace tantos años.
Para la vejez, que sin amenazas se aproxima, sigo fabricando imaginarios muñecos de nieve que se derriten sin prisa delante del fuego. Ese fuego que quizás libere algo del humo de Varsovia, cuando la ciudad se iba abrasando, convirtiendo sus edificios en horrendos muñones calcinados.
Los trenes no pasan por este sitio: Rio Ceballos, Córdoba. Ni siquiera los internacionales, porque no existen rieles y por lo tanto no hay horarios ni controles, ni uniformes enemigos. Sólo hay serranía, vestida de intensos verdes, que sólo enrojece cuando el sol juega con las copas elevadas de los árboles.
Árboles… de ellos se trata. Existen varios en este parque tan especial, cuidado junto a mi esposa Janeczka, que en este momento recoge grosellas moradas. Tengo el mío y ella el suyo. Mis hijas y yernos, también tienen asignados fuertes retoños, bien acomodados a esta tierra negra.
Recorro la propiedad, contemplo la casa de cuya construcción fui partícipe, como en la de las zemlankas rusas, construcciones de troncos enterradas en la tierra, para paliar el intenso frio.
La mía es de material, tiene techo a dos aguas, está elevada, siguiendo el terreno. Tiene galería a la que se accede por anchos escalones, cobijando en el pórtico, el mural con el águila polaca, realizada en cerámica esmaltada por una de mis hijas, la artista.
Debería ser feliz, ya que la tristeza extravió nuestra dirección. Sin embargo hay veces en que la angustia vuelve a ensombrecer mis pensamientos y me remite a los penosos senderos transitados. Es que tengo a Polonia ante los ojos. En ella nací y aprendí a hablar su idioma. Allí recé las primeras oraciones, que aún vibran en mi alma, junto a la imagen de mi madre. Allí fue donde mi padre me enseñó la fuerza del deber.
De Polonia veo el cielo, el mar, la increíble esmeralda de sus bosques. Percibo su aire perfumado y el aroma de la tierra buena. Admiro los Cárpatos, la altura de los Tatry con su pico majestuoso Gievont, en cuyas entrañas de piedra, descansan, según la leyenda, los antiguos guerreros de la Patria. Todos ellos cubiertos por corazas de centellante acero, esperando la señal para alzarse contra los opresores de nuestro pueblo.
Veo extenderse las cintas luminosas de los ríos, Wisla, Warta. Odra, Bug y Dniester, el de mi niñez. En mi mente aparecen las llanuras de Poznan y los altiplanos de Sandomiesz y Podole. Se muestran los lagos de Mazury, las selvas impenetrables y finalmente el Baltyk como magnífica ventana abierta al mundo.
Cambia la imágen y regresa la guerra, arrastrando con su andar aborrecido, los horrores del pasado. Me atormenta el recuerdo del hambre y las prisiones. Aparecen los espectros de mis camaradas muertos.
Amada Patria, quisiera no saberte aherrojada como estás.¡Qué no daría por transformar tus cadenas en frágiles tiras de papel! En cambio sólo puedo vivir la agonía del odio, que nace en un instante y perdura largamente. Rencor que se traduce en el cerrar de puños. Después sí, después será un ondear de banderas blancas y rojas, y sueño que son banderas libres y que yo también puedo regresar...¡Porque Polonia es mía!
Suspiro y me emociono en esas tardes de recuerdos y me cuesta volver a Rio Ceballos, dónde reina la paz. Procuro reconfortarme, contemplando nuevamente los árboles. Cada uno es una vida y tiene un nombre. Cuando la mía deje de ser, perdurará en el elegido, el cansancio por tantos caminos recorridos, la palabra escrita y mi primera juventud infortunada.
El árbol seguirá amparando mis memorias. En la savia de las ramas y en las raíces, que hondamente se hincan en la tierra, correrán mis sueños, y en él continuará, lo sé, quizás atenuada por los años, pero eternamente vigente, la pasión.

Estanislao Skowronski



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