LA PUERTA EQUIVOCADA


El tren arribó en horario, se detuvo en la Estación de Werribee y el maquinista esperó hasta el momento de salida.
Entre los pasajeros, que no eran muchos, por acercarse la hora del mediodía, subieron dos mujeres y se ubicaron en los asientos junto a las ventanillas.
El vagón estaba limpio y ventilado. Ellas hablaban en español, recordando anécdotas familiares, que se mezclaban cada tanto con risas espontáneas.
Ema era la primera vez que realizaba ese viaje y no se perdía detalle del paisaje.
Se trasladaban de una ciudad de los suburbios, de casa bajas con jardines, donde estaba alojada, a la gran ciudad, Melbourne, dónde lo que predominaba eran modernas torres espejadas junto a construcciones antiguas pero muy bien mantenidas.
Después de salir de la Estación Terminal, caminaron por veredas anchas, a la sombra de árboles orgullosos, atravesaron avenidas y llegaron hasta el rio Yarra, atractivo, para el recreo de la vista y el espíritu.
Del otro lado se encontraba un moderno Centro Comercial que ocupaba varias manzanas, con una variedad muy grande de negocios y también un patio de comidas cosmopolita.
Almorzaron, acompañadas por sus recuerdos de épocas pasadas, felices de estar reunidas después de muchos años de separación.
-Vamos al primer piso, dijo Ana, allí se realizan exposiciones de objetos de arte, tanto óleos, acuarelas como artesanías en madera, metales o piedras preciosas.
Así, entrando y saliendo de diferentes locales fueron conociendo los trabajos de los artistas.
Ema quedó fascinada ante la vista de una maqueta de las minas donde se extrae el ópalo y de las viviendas subterráneas de los mineros, que no tienen otra forma de sobrevivir en el ardiente desierto.
Se sentaron en unos bancos desde los que se veía una fuente, donde bailaban chorros de agua y muchas plantas tropicales aprovechaban la humedad cercana.
-Tendría que ir al Toilette, dijo Ema
-¿Ves esa puerta gris? Entrá y seguí las indicaciones, yo te espero aquí, le contestó Ana.
Detrás de la puerta gris se abría un pasillo y al final estaban las entradas a los servicios sanitarios con las clásicas figuras para damas y caballeros. Cuando Ema salió, ya de regreso, se encontró con una puerta, también gris y sin fijarse en el cartel que tenía en la parte superior la traspasó, segura de que era la de salida.
Cuando estuvo del otro lado se encontró en un ambiente muy grande, completamente vacío, con paredes grises de cemento, gruesas columnas y escaleras, también grises, que bajaban hacia niveles inferiores.
-Esto no es la salida, me equivoqué, pensó Ema, pero lo que no sabía era que había cruzado una Puerta de Emergencia, para evacuación en caso de incendio o males mayores, que no se abría desde el interior. Tomó el picaporte, lo giró, pero no consiguió nada. Estaba encerrada.
Al principio no se preocupó, bajó un tramo de escaleras hasta un enorme portón, pero también estaba cerrado. Siguió bajando hasta la próxima puerta, buscando, una indicación, pero solo encontró silencio y más escaleras. Todas las puertas a las que se acercaba estaban cerradas. No quería traspasarlas porque no sabía si podía volver atrás. Estaba sola, en las entrañas del gigante de cemento. La mente empezó a aterrorizarla con pensamientos nefastos.
-Nadie sabe donde estoy, no tengo forma de comunicarme. Pasaran horas hasta que empiecen a buscarme.
Volvió a subir y se sentó en uno de los peldaños de la escalera. Estaba agitada y a punto de ponerse a llorar.
-Tengo que tranquilizarme, pensó. Ya se me ocurrirá algo.
Al rato se levantó y se puso a golpear con fuerza la puerta por la que había entrado.
-Del otro lado circulan personas, pensó, alguien me tiene que escuchar. Es lo que tendría que haber hecho desde el principio.
Siguió aporreando la gruesa puerta de hierro y en un momento dado ésta se abrió y se encontró ante un trabajador del área de limpieza que le dijo algo en ingles, muy rápido, que Ema no entendió.
-I am sorry, le contestó y resuelta como si nada hubiera pasado, enfiló por el pasillo que sí, la condujo hacia la salida.
-¿Me demoré mucho? le preguntó a su hermana.
-No, mientras te esperaba aproveché para realizar un boceto de una de esas hojas de helecho.



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