DESDE EL RINCÓN



Desde el rincón de esta sala en penumbras, recostada en la incómoda cama ortopédica, trato de conciliar el sueño que desde muy temprano me fue quitado: una muestra de sangre, una más; la toma de presión, el desayuno de claustro, un baño a media mañana, una caminata corta en bata blanca, el descanso por la agitación producida, el almuerzo de hospicio, la siesta simulada, las visitas del último día, las miradas de despedida…
-¡Pero amigos, en una semana, ya corro con ustedes, me río de la vida! Para eso me opero, y sólo faltan unas horas.
Desde el rincón veo la enfermería iluminada: el doctor López, el que se va a hacer cargo de mi cuerpo, el que me va a abrir en canal para colocar las piezas extrañas que necesita mi gastado corazón, está leyendo, supongo que historias clínicas, entre ellas la mía y de a ratos se ríe con la enfermera. Alcanzo a ver la hora, en el rincón del pasillo, las once.
-¡Dios mío! ¿Por qué está trabajando todavía? Mañana es día de operaciones, de concentración, mañana entro yo al quirófano. Me dijeron que a las dos de la tarde. Doctorcito, váyase a casa, se acerca la medianoche, tiene que descansar.
Me duermo, no escucho la ronda de las cuatro de la mañana, ni veo las luces que horadan el ambiente desinfectado de la sala.
A las seis me sacuden. Nunca abro los ojos a esa hora.
-¿Qué sucede?, me pregunto, mientras trago las pastillas que me ofrece la enfermera de la mañana. En el pasillo espera una camilla.
-Hubo una cancelación, me dice. Su operación se adelantó.
La miro con ojos espantados. El gris se transforma en celeste y entra por las ventanas. Reacciono.
-¡Qué más da! Quiero una vida normal, la que fue mía de siempre. Voy y la tendré antes.
Me acomodan en el quirófano. Va entrando el personal, todos en sus trajes blancos. El doctor López me saluda y trata de relajarme con un comentario subido de tono, algo así como que va a enamorar mi corazón.
-¿El doctor López, me va a operar, pero si no durmió nada?
La anestesia va produciendo su efecto. Las voces se me confunden.
Pasó una semana. Recorrí terapia intensiva, intermedia y ya estoy en sala común.
En la ronda de la mañana, el doctor López repasa mis últimos análisis y veo la conformidad en su cara.
-En unos días, vuelve a su casa, me dice y su sonrisa me lo confirma.
-Doctor, una pregunta ¿Cuándo duerme?
-Mire, mi rutina es operar durante tres días seguidos, la adrenalina me mantiene alerta. En ese intervalo duermo unas horas. Al cuarto día me relajo y puedo dormir hasta quince horas, me dijo.
Desde el rincón lo veo irse.
-Lo debe haber aprendido en su carrera, pienso. Sabe lo que hace, o lo que hace le sale bien.

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