EN UN SITIO ORDENADO


En un barrio de casas, todas parecidas, construidas por la misma compañía, con los mismos planos, con cantos rodados o polvo de ladrillo ahogando la tierra para evitar el verde, había algunas excepciones, aparte del color de las cortinas y el color de las camelias, plantadas delante de las ventanas.
Andrés tenía en su jardín del frente, una gran taza de cemento, llena de agua, apoyada sobre un colchón de pasto verde, de la variedad rastrera, que no necesitaba un cuidado especial.
Todas las mañanas, antes de tomar su café humeante, delante de la ventana, cortaba tres rebanadas de pan. Una la transformaba en migas y la tiraba en el pasto. Recién entonces, se sentaba a untar el pan con aderezos variados. Corría las cortinas y se imaginaba historias que le contaban los pájaros que venían a hacerle compañía.
Una mañana se llevaron a Andrés y no regresó. Los pájaros estaban desorientados, descendían, caminaban por el pasto, levantaban vuelo. El agua se terminó, entonces todos volaron hacia su reserva, su lugar planificado, mucho más lejos, pero a la vera de un río. Dos gorriones muy viejos, acostumbrados a su paseo corto, a su rutina simplificada, calmaron su sed con el rocío y se desmadejaron exhaustos sobre el piso de cemento, dejando quemar sus alas con el sol del mediodía.
Un dron pasó realizando su ronda y guardó la filmación.
Al día siguiente descargaron canto rodado en los huecos verdes de esa comunidad. No se volverían a ver escenas tan terribles.

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