OPERACION NOCTURNA
El viento
peina los penachos blancos, inclinados de a ratos hacia el camino de
tierra, que despega de la ruta y se interna hacia las casas de techo
bajo, en los suburbios de Tandil. Todas tienen galerías, para
preservar las habitaciones del sol. Algunas, como la mía, patio
emparrado, donde el silencio y un gato gris sin edad, descansan sobre
baldosas de barro. Detrás de un alambrado en red, álamos
prolijamente separados realizan coreografías, para atajar el viento
y regalar más sombra.
Estoy
junto al telar, rodeada de lanas de varios colores. La Luisa me
enseñó la técnica y se lo agradezco. Mis raíces están en el
norte. Allí, cualquier mujer teje su alfombra. Yo, preferí seguir
al Santiago. Él me embaucó con eso de conocer nuevos lugares.
Recogimos limones en Tucumán y nueces en Mendoza. Cuando nació
Felipe, acomodé manzanas en Cipolletti durante dos años. Santiago
se internó más al sur, para recoger lúpulo y no volvió. Me cansé
de las noches largas y los días fríos, del magro sueldo, de la
falta de oportunidades por mi ignorancia. Me anoté en una escuela
nocturna y terminé la primaria. A Felipe lo entretenían con otros
niños. Era buena con los números. Surgió una propuesta tentadora,
un cargo en una finca de sábanas paperas en Balcarce. Allí florecí
y construí mi futuro. Me daban vivienda y lo que ahorraba lo fui
invirtiendo en esta casa.
-Vení
Camila, acercate, le dije a mi nieta. Tu madre dejó medio budín,
antes de ir al Mercado. Es hora de entretener a los dientes.
-Tomá,
me dijo ella, alcanzándome una porción. Yo no tengo hambre. ¿Me
ves gorda?
-Te veo
hermosa. Presiento que...
-Siempre
te das cuenta de todo. Me gusta el Carlos. Me invitó a subir al
Cerro Centinela y después a tomar chocolate. Mañana se va con el
grupo, el grupo de los Eternos, a Balcarce, a La Mansa, donde
trabajaste vos y se crió papá. Hay cosecha de papas, me contestó.
Este año es muy buena y la paga también.
-Toma un
mate. ¿Te gusta como va quedando este tapiz? Don Anselmo me encargó
dos. Te hice caso con la combinación de colores. Tenés que estudiar
Diseño, es lo tuyo.
-Gracias
abuela, juntas vamos a consolidar la marca familiar.
Volví a
mi telar. Me dolían los dedos, terminaría con el rojo y después
caminaría hacia los álamos, hacia el banco de madera.
Pasaron
dos semanas. El silencio de la tarde se interrumpió con la voz de
Camila:
-Abuela,
ya volvieron, los Eternos ya volvieron, Carlos te tiene una historia.
Voy a preparar el mate.
-Hacelo
pasar, lo escucho, estoy ansiosa, les dije, mientras los dos se
acomodaban frente a la mesa.
-Cuando
llegamos, las papas estaban regadas sobre la tierra. Todos los días,
embolsábamos en tiempo y forma, empezó Carlos. Noté la visita de
algunos dueños de campos de la zona, por las camionetas cuatro por
cuatro. Dos noches seguidas se encerraron con don Silvio, en el
comedor.
-Él
siempre busca ventajas, negocios nuevos, interrumpí. Cuando compró
la pala mecánica, con forma de tenedor, para remover la tierra,
todos la tenían al año siguiente.
-Terminamos
el trabajo, ubicando las bolsas de papas en el galpón silo,
continuó Carlos.
-Trabajo
terminado, asado en puerta ¿no? volví a comentar.
-Esta
vez, no. Se realizó el pago y se despidió a todo el mundo, menos…
a unos pocos que supieran conducir. Yo me anoté y aquí viene lo
increíble.
-Hijo,
qué suspenso. No me imagino que puede haber pasado.
-Por la
tarde llegaron diez camiones volcadores. Se los estacionó frente a
los campos, detrás del bosque. Durante cuatro días, removieron la
tierra con la pala, la colaron, cargando las papas en las cajas
vacías y quedó todo en espera hasta la medianoche del jueves.
-¿Papas
sueltas? pregunté. ¡Qué raro!
-Si,
sueltas, pensamos que sería una entrega a granel.
-¿A
medianoche?, protesté.
-Don
Silvio salió con su Ford, acompañado por el capataz. Tenía
prendidas las luces antiniebla, iluminando el camino. Los camiones
cargados lo seguían. En la ruta se encontraron con más camiones
estacionados en la banquina. Todos se pusieron en marcha. Llegaron
hasta los acantilados, cercanos a Necochea y allí, los Eternos
tuvimos que rendirnos. Descargamos todo. La marea estaba alta y la
rompiente las fue llevando mar adentro.
-¡Qué
locura! ¿Por qué lo habrán hecho? pregunté sorprendida.
-¿Saben
a cuánto está el kilo de papas, hoy? contestó Carlos con una
pregunta irónica..
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